Me considero artista, diarista y bloguera. Antes me dedicaba a pintar y exponer, pero me rompí la pierna y me volví escribidora.
sábado, octubre 03, 2009
ALOÑA ME ENTREVISTA PARA LA WIKI
Han decidido cambiar el rumbo de la wiki-historias y lo primero que han hecho es hacerme una entrevista ya que soy la persona más activa que ha participado en la wiki.
Saioa Olmo y Haizea Barcenilla que fueron las creadoras, han pasado el testigo a Aloña y Eduardo.
Aloña y Eduardo, a pesar de estar muy ocupados con otros proyectos, tienen mucha ilusión con la wiki y para empezar desde un punto claro, la están simplificando y van a llevar ellos las riendas de los contenidos.
viernes, octubre 02, 2009
MI SECRETO
Nosotros, los perecederos.
Nosotros, los perecederos, tocamos los metales,
el viento, las orillas del océano, las piedras,
sabiendo que seguirán, inmóviles o ardientes,
y yo fui descubriendo, nombrando todas las cosas:
fue mi destino amar y despedirme.
jueves, octubre 01, 2009
TXALAPARTA EN EL MUSEO DIOCESANO DE BILBAO
"Txalaparta, es el sonido que se reproduce sobre este instrumento vasco tan primitivo y tan moderno:" 4 tablones de madera, de distintas especies, y sobre los cuales dos músicos, frente a frente, golpean con sus palos (makilak).. "
Josean ARTZE.
“En los tiempos en que todas las cosas sabían hablar" (refrán popular vasco), cuando el hombre entendía el lenguaje de todas las cosas, y no necesitaba tocar Txalaparta (ni pintar, ni bialar, ni pegar irrintzi), ya que vivían en perfecta unión con todas las cosas, pues no había abismos entre el Humano y la Naturaleza. Desde entonces el Txalapartari intenta encontrar de nuevo esa unión perdida cuando golpea el árbol representando el caballo, y al representar el caballo, de cierta manera, se vuelve él mismo caballo .
Hoy las cosas no saben hablar... ¿ A no ser que fuera el hombre el que no entiende lo que dicen las cosas ?"
"Txalaparta sirve de puente entre la agitación y la calma, la mutación y lo inmutable, el movimiento y lo inmóvil, el ruido y el silencio..."
miércoles, septiembre 30, 2009
CASERIO MAGICO
LA CASA DE MI PADRE
Gabriel Aresti, 1963
Defenderé
la casa de mi padre.
Contra los lobos,
contra la sequía,
contra la usura,
contra la justicia,
defenderé
la casa
de mi padre.
Perderé
los ganados,
los huertos,
los pinares;
perderé
los intereses,
las rentas,
los dividendos,
pero defenderé la casa de mi padre.
Me quitarán las armas
y con las manos defenderé
la casa de mi padre;
me cortarán las manos
y con los brazos defenderé
la casa de mi padre;
me dejarán
sin brazos,
sin hombros
y sin pechos,
y con el alma defenderé
la casa de mi padre.
Me moriré,
se perderá mi alma,
se perderá mi prole,
pero la casa de mi padre
seguirá
en pie.
Gabriel Aresti, 1963
Defenderé
la casa de mi padre.
Contra los lobos,
contra la sequía,
contra la usura,
contra la justicia,
defenderé
la casa
de mi padre.
Perderé
los ganados,
los huertos,
los pinares;
perderé
los intereses,
las rentas,
los dividendos,
pero defenderé la casa de mi padre.
Me quitarán las armas
y con las manos defenderé
la casa de mi padre;
me cortarán las manos
y con los brazos defenderé
la casa de mi padre;
me dejarán
sin brazos,
sin hombros
y sin pechos,
y con el alma defenderé
la casa de mi padre.
Me moriré,
se perderá mi alma,
se perderá mi prole,
pero la casa de mi padre
seguirá
en pie.
Música: Beñat Achiary (Ara Nun Dira)
martes, septiembre 29, 2009
RAYAS EN JAFFA - ISRAEL -
El mal tiene un olor inconfundible Amos Oz |
Discurso del escritor judio Amos Oz, durante la recepción del “premio Goethe” Frankfurt (alemania). artículo publicado en la contraportada del suplemento del diario El País, sábado 1 de octubre de 2005
El escritor judío Amos Oz (Contra el fanatismo) denuncia el olvido al que las modernas ciencias sociales han condenado el problema del bien y el mal. Frente a los que culpan de todo al sistema y se refugian en un pluralismo acrítico, el novelista reivindica la responsabilidad individual y la capacidad de imaginar al otro como imperativo moral. Estos argumentos sirvieron de base al discurso que el escritor israelí leyó en Francfort el pasado 28 de agosto durante la recepción del Premio Goethe.
El mal tiene un olor inconfundible. Así como es enormemente difícil definir la verdad, pero muy fácil detectar una mentira, a veces puede resultar difícil definir el bien, pero el mal desprende un olor inconfundible; cualquier niño sabe lo que es el dolor. Por consiguiente, cada vez que causamos dolor a otra persona de manera deliberada, sabemos lo que estamos haciendo. Estamos haciendo el mal.
Sin embargo, los tiempos modernos han cambiado todo eso. Han difuminado la clara distinción que hacía la humanidad desde su más tierna infancia, desde el Edén. En algún momento del siglo XIX, no mucho después de que muriera Goethe, entró en la cultura occidental una nueva forma de pensamiento que dejaba de lado el mal, que incluso negaba su existencia. Aquella innovación intelectual se llamaba Ciencia Social.
Para los nuevos practicantes de la psicología, la sociología, la antropología y la economía, seguros de sí mismos, exquisitamente racionales, optimistas y totalmente científicos, el mal no tenía importancia. En realidad, tampoco la tenía el bien. Todavía hoy, algunos especialistas en ciencias sociales, sencillamente, no hablan del bien ni del mal.
Para ellos, todas las razones y acciones humanas son consecuencia de las circunstancias, que muchas veces se escapan a nuestro control. "Los demonios", decía Freud, "no existen, del mismo modo que no existen los dioses; no son más que productos de la actividad psíquica del hombre". Estamos dominados por nuestro entorno social. Desde hace unos 100 años nos dicen que sólo nos mueve el interés económico, que somos meros productos de nuestras culturas étnicas, que no somos más que marionetas de nuestros propios subconscientes.
En otras palabras, las ciencias sociales modernas fueron el primer intento serio de eliminar el bien y el mal del escenario humano.
Por primera vez en su larga historia, ambos quedaron abolidos por la idea de que las circunstancias son siempre las responsables de las decisiones humanas, las acciones humanas y, sobre todo, el sufrimiento humano. La culpa es de la sociedad. La culpa es de una niñez difícil. La culpa es de la política. El colonialismo. El imperialismo. El sionismo. La globalización. Así comenzó el gran campeonato mundial del victimismo.
Por primera vez desde el Libro de Job, el diablo se había quedado sin trabajo. Ya no podía jugar como antaño con las mentes humanas. Satán estaba descartado. Estábamos en la era moderna.
Pues bien, los tiempos pueden estar cambiando de nuevo. Es posible que se despidiera a Satán, pero él no se quedó parado. El siglo XX fue el peor escenario de maldad sanguinaria que ha visto la historia.
Las ciencias sociales fueron incapaces de predecir, afrontar o incluso comprender ese mal moderno y tecnologizado. El mal del siglo XX se disfrazó, muchas veces, de una intención de reformar el mundo, de idealismo, de la necesidad de reeducar a las masas o "abrirles los ojos". Para algunos, el totalitarismo fue la redención laica, a costa de millones de vidas.
Hoy, después de haber sobrevivido al mal del poder totalitario, tenemos profundo respeto por las culturas. Por las diversidades. Por el pluralismo. Conozco a algunas personas dispuestas a matar a cualquiera que no sea pluralista.
El postmodernismo volvió a dar trabajo a Satán, pero, en esta ocasión, su trabajo raya en lo hortera: un hermético puñado de "fuerzas oscuras" es el responsable de todo, la pobreza y la discriminación, la guerra y el calentamiento global, el 11 de septiembre y el tsunami. La gente normal siempre es inocente. Las minorías nunca tienen la culpa.
Las víctimas son, por definición, moralmente puras. ¿Se han dado cuenta de que, hoy día, el demonio no parece nunca invadir a una persona concreta? Ya no existen los Faustos. Lo moderno es decir que el mal es un conglomerado. Los sistemas son malos. Los gobiernos son malos. Instituciones despersonalizadas dirigen el mundo en su propio y siniestro beneficio.
Satán ya no está en el detalle. Los hombres y mujeres, como individuos, no pueden ser "malos" en el viejo sentido del Libro de Job, o Macbeth, o Yago, o Fausto. Usted y yo siempre somos buenas personas. El diablo es siempre el sistema. Esto es, en mi opinión, una horterada ética.
Goethe no era orientalista ni multiculturalista. No era el exotismo extremo e imaginario del Este lo que le tentaba, sino la sólida sustancia y la novedad que las culturas orientales, la poesía y el arte orientales, pueden otorgar a las verdades y los sentimientos universales de los seres humanos. El bien es universal; y Dios también:
"Dios posee Oriente, Dios gobierna Occidente, Norte y Sur por igual, cada tierra reposa en su mano bondadosa".
Más importante aún, el amor es universal, vale lo mismo para Gretchen que para Zuleika. Por eso un poeta alemán puede escribir un poema de amor para una mujer persa imaginaria. O para una mujer persa real. Y puede ser sincero. Y lo más conmovedor de todo es que el dolor también es universal.
Goethe no recurre a Oriente para demostrar nada. Se toma muy en serio a los seres humanos, a todos los seres humanos. Tanto en Oriente como en Occidente, los hombres buenos lloran.
En el mundo hay buenas personas. En el mundo hay malas personas. No siempre es posible rechazar el mal con encantamientos, demostraciones, análisis social o psicoanálisis. En ocasiones, como último recurso, hay que hacerle frente por la fuerza. A mi juicio, el mal supremo en el mundo no es la guerra, en sí, sino la agresividad. La agresividad es "la madre de todas las guerras". Y, a veces, es necesario repeler la agresión por la fuerza de las armas para que pueda reinar la paz.
Volvamos a Goethe. El Fausto de Goethe nos recuerda de forma indeleble que el diablo no es impersonal, sino personal. Que el diablo pone a prueba a cada individuo, y cada uno puede aprobar o suspender. Que el mal es tentador y seductor. Que la agresividad puede abrirse un hueco en cada uno.
El bien y el mal individuales no son privativos de ninguna religión. No tienen por qué ser términos religiosos. La decisión de causar daño o no causarlo, de hacerle frente o hacer la vista ciega, de contribuir activamente a curar el dolor, como un médico rural entregado a su trabajo, o conformarse con organizar manifestaciones airadas y firmar peticiones generales, es una elección con la que nos encontramos varias veces al día.
Como es natural, a veces podemos equivocarnos. Ahora bien, incluso cuando tomamos una decisión equivocada, sabemos lo que estamos haciendo. Sabemos cuál es la diferencia entre el bien y el mal, entre causar dolor y curarlo, entre Goethe and Goebbels. Entre Heine y Heydrich. Entre Weimar y Buchenwald. Entre la responsabilidad individual y el mal gusto colectivo.
Crecí en la Jerusalén de los años cuarenta como un niño muy nacionalista, incluso chauvinista, y prometí no poner nunca el pie en suelo alemán e incluso no comprar nunca un producto alemán. Lo único a lo que no me sentí capaz de renunciar fue a los libros alemanes. Sí hacía un boicot a los libros, me decía a mí mismo, me parecería un poco a "ellos".
Al principio, me limitaba a leer la literatura alemana de preguerra y a los autores que se habían opuesto al nazismo. Más tarde, en los años sesenta, empecé a leer en hebreo las obras de la generación de novelistas y poetas alemanes de posguerra. En especial, las obras de los autores del Grupo 47. Me permitían imaginarme en su lugar. Mejor dicho: me seducían para que me imaginase en su lugar, durante los años oscuros, en los años anteriores y en los posteriores.
Después de leer a esos autores y a otros, ya no pude limitarme a seguir odiando todo lo alemán del pasado, el presente y el futuro. En mi opinión, imaginar al otro es un potente antídoto contra el fanatismo y el odio. Creo que los libros que nos hacen imaginar al otro pueden hacernos más inmunes contra las estratagemas del mal, el Mefisto del corazón. Así fue como Günter Grass y Heinrich Bóll, Ingeborg Bachmann y Uwe Johnson y, en particular, mi querido amigo Siegfried Lenz, me abrieron la puerta a Alemania.
Ellos, junto con una serie de amigos alemanes muy queridos, me obligaron a romper mis tabúes y abrir la mente y, al final, el corazón. Volvieron a mostrarme los poderes curativos de la literatura.
Imaginar al otro no es una mera herramienta estética. Es además, a mi juicio, un imperativo moral fundamental. Y, sobre todo, imaginar al otro es un placer humano profundo y muy sutil.
lunes, septiembre 28, 2009
TRABAJANDO EN MI AKELARRE
Me dediqué a producir la serie AKELARRE.
En mis enlace de AKELARRE vereís todo el proceso que me llevó a realizar esa serie, de la que me siento muy orgullosa.
Música: Andoni Aleman & Jesus Arze (Zuaznabar Anaien Omenez)
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