Yo nací en
Bilbao, en Mazarredo 17, en una de las casas de Sota, habían vivido mis abuelos maternos y hasta que me casé, exceptuando los años que estuve interna en Madrid y en Burdeos, cuatro, y los veranos pasados en Santurce, donde mis abuelos tenían una casa dividida en dos pisos y dos jardines, mi vida trancurrió en mi queridísimo Bilbao.
Cuando me casé, a los 19 años, vinimos a vivir a Getxo y al principio me parecía un destierro.
Todos los días iba a Bilbao para aprender a pintar con
García Ergüin.
En Getxo no había absolutamente nada que me interesara, excepto coger el autobús para ir a Bilbao.
Ha pasado el tiempo y Getxo ha cambiado.
Ya casi soy getxotarra, aunque reconozco que cada vez que voy a Bilbao disfruto muchísimo.
Pero he aprendido a disfrutar de esta tranquilidad serena, de ver verde desde mis ventanas, de vivir sin cortinas, de respirar aire puro, de oler el salitre cuando la marea está baja, de que todo esté bastante cuidado, de la seguridad ciudadana, de conocer a la gente, de vivir en una casa luminosa y sencilla...
Getxo tiene cierta relación con Los Angeles, cohabitan múltiples realidades sociales y barrios extremos.
Desde radicales políticos de extrema izquierda, hasta peperos de una extrema derecha que llega al fascismo, pasando por un PNV de buena gente de toda la vida.
Cuando yo vivía en Bilbao, nunca tuve la sensación de ser vasca, Bilbao pertenecía a España y solo hablaban Euskera la cocinera de mi abuelo con mi abuelo paterno, casi a escondidas (en aquella época la cultura vasca estaba prohibida).