Reconozco que he sido una devota del sol.
Adoraba al sol, lo veneraba, lo miraba de frente hasta permitir que quemara mi rostro y mi cuerpo.
Holgazaneaba tumbada dejando que sus rayos penetraran a través de mi piel y nunca tenía suficiente.
Incluso cuando la playa todavía estaba en sombra yo ya estaba allí esperando con entusiasmo que el sol bordeara el acantilado y apareciera majestuoso inundando con su luz y esplendor todo lo que acaparaba.
Cuanto mas salvajes eran las playas mas complacida me sentía.
Y allí permanecía hasta el final del día con la esperanza de contemplar el famoso rayo verde, acontecimiento que permanece pendiente.
Hasta ahora me he tenido que conformar con la película de Romer.