A pesar de vivir en lo que llaman el primer mundo y en una casa construida a base de cemento y ladrillos, reconozco que cuando vivía en Australia en una casa de madera me sentía mucho mejor.
Dormía profundamente y el encanto de la madera que siempre está viva lo sentía y disfrutaba con deleite.
Cuando era pequeña, veraneábamos en Santurce y teníamos dos jardinas muy grandes, el de arriba y el de abajo.
El de abajo daba al Abra y era espectacular, ahora han hecho una especie de parque público, no me detuve, prefiero retener mis recuerdos.
Pues bien, lo que mas nos gustaba a mis hermanos y a mi era hacer cabañas y cocinar dentro de ellas. Yo compartía una cabaña con mi hermano Jose, el pequeño, siempre estábamos juntos y nos hemos querido mucho hasta que le mataron.
Mis hermanos mayores tenían sus cabañas en grandes árboles a los que a nosotros no éramos invitados por motivos de seguridad, presumo.
Siempre he sentido una especial atracción por el hecho de sobrevivir en circunstancias difíciles, me gusta la idea de no preocuparme por el dinero, las cuentas, los bancos...
No niego que agradezco poder vivir en un pisito con calefacción, agua caliente y ascensor, sobretodo ahora que estoy lesionada y tampoco niego que detesto la tienda de campaña y lo excesivamente rudimentario.
Parece una contradicción y quizás lo sea pero si los arquitectos tuvieran en cuenta la arquitectura tradicional de cada lugar, podrían hacer casas muy confortables en las que personas urbanas como yo se sentirían muy a gusto.
Es evidente que todas las casas africanas que muestro en el video corresponden al espacio, tiempo y necesidades culturales de sus moradores, tanto si son chozas como casas con toda clase de comodidades.
Todo está basado en el amor con el que se hacen las cosas.
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