Australia es paradisiaco.
Allí he tenido sensaciones imposibles de describir.
Es una tierra pura, limpia, todo es como si el mundo estuviera recién construido y la intensidad de las tormentas, los paisajes, el sol, las playas, los raining forets, el viento, los aborígenes, sus costumbres, sus rituales, sus pinturas, sus creencias, todo es diferente, tan personal, tan poco contaminado por la civilización occidental...resulta asombroso, la gente es natural, sencilla, honesta, te ayuda....
Es tan largo y cansado el viaje que una vez me fui a un resort en un lugar aislado de la costa este para recuperarme y cuando estaba en la playa, por supuesto solo permitían bañarse en un trocito chiquitín rodeado por socorristas por todas partes, la sensación que tuve al ver esa playa inmensa, salvaje, nunca utilizada creo que fue la misma que tuvo el capitan Cook cuando llegó a ese edén.
Cuando tuve la experiencia de que una tormenta imperial y enfurecida dejara caer granizo del tamaño de un puño con vientos mas furiosos todavía mientras yo, ingenua de mi, habitaba en una encantadora tienda en Amaroo, pensé en todo lo que habían atravesado nuestros antepasados hasta llegar a esta cómoda vida que tenemos los que vivimos bajo techo. No pasé miedo solo incomodidad, soy una blanda.
Pues bien, volviendo al didgeridoo, instrumento fascinante, relajante y bastante desconocido en nuestras latitudes, además de gustarme su forma, su sonido y sus adornos, lo que me impresiona mas y mas, es la manera en que se fabrica.
Os pongo en contacto con alguien que lo va a explicar mejor que yo.
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