La primera vez que pisé suelo australiano sentí que estaba en una tierra limpia, cuya naturaleza estaba al servicio del hombre y este la respetaba.
El aire era puro y los cielos plagados de estrellas, allí hasta los niños conocen los nombres de las formaciones astronómicas.
Todavía quedan restos de la influencia inglesa pero no parece que les molesta, no se sienten presionados.
A medida que pasaba temporadas en Australia e iba profundizando en su cultura, literatura, música, pintura etc. iba descubriendo un mundo secreto, el de los aborígenes que el hombre blanco no ha conseguido destruir.
Los aborígenes australianos raramente abren su corazón al hombre blanco, prefieren vivir retirados y aunque el gobierno intenta reparar el daño hecho, lo único que consiguen cuando se acercan a las ciudades es que se entreguen al alcohol y anden dando tumbos por la ciudad.
William Ricketts realmente respetó y comprendió el alma de los aborígenes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario