No se es un mito sin motivo: en sus últimos años de vida, y pese a la enfermedad que la corroía, Lola Flores mantenía una energía inagotable. Un jueves cualquiera de, pongamos, 1993, a punto de llegar la medianoche, de pronto miraba a su hija Rosario, que ya pensaba más en el calor de su colchón que en el de una juerga flamenca, y le decía: “¡Niña! ¡Nos vamos a la Caracol!”. Y no había razón que la disuadiera.
“La Caracol”, la Sala Caracol, era un templo del flamenco donde los gitanos, los príncipes de sangre y los modernos se dieron cita entre 1992 y 1996. Hoy sigue en activo con el mismo nombre, pero nada tiene que ver con el original creado por tres amigas, tres chicas de buena familia, tres agitadoras culturales –cada una a su manera- de la escena madrileña: Las madrileñas Piedy y Rocío Aguirre y la sevillana Mariola Orellana.
Piedy y Rocío son hermanas de Esperanza Aguirre e hijas del abogado y ejecutivo José Luis Aguirre Borrelly de Piedad Gil de Biedma y Vega de Seoane, proveniente de familia altoburguesa y prima a su vez de Jaime Gil de Biedma, uno de los mejores poetas nacidos en el siglo XX en nuestro país. Piedy, también letrada, es además ex esposa Francisco Javier Cavero de Carondelet y Christou, VII duque de Bailén y marqués de Portugalete, con quien en su día formó la pareja más divina de la vertiente Gotha de la Movida madrileña.
En sus casas han acogido a visitantes tan ilustres como Andy Warholcuando vino a nuestro país a exponer sus obras –y de paso a pintar alguna marquesa si se dejaba- o Madonna, que en 1998 quedó extasiada con la fiesta flamenca organizada por Piedy, la misma en la que se produjo el célebre encuentro (¿encontronazo?) de titanas entre la ambición rubia y nuestra Marta Sánchez.
Rocío Aguirre, licenciada en Geografía e Historia, era la más cercana al mundo del flamenco, al haber bailado como aficionada desde niña y participado en numerosos festivales benéficos e incluso en una gira por América. Golfista consumada, es directora de la feria Unigolf, dedicada a este deporte, y también de Unibike, sobre bicicletas, que se celebran anualmente en Ifema.
Por su parte, Orellana había estudiado enfermería y venía de una vida burguesa en Lanzarote, donde había estado casada con un miembro de la familia del gran artista César Manrique y entre otras actividades había abierto una franquicia de una marca italiana de moda antes de trasladarse a Madrid para trabajar en Berenice, una empresa de producción técnica de espectáculos. Ahora es representante de artistas, actividad que comenzó a requerimiento de una Lola Flores fascinada por su actitud bravía.
Ellas mismas se distribuyen sus papeles en el inicio de esta historia. “Yo era la más flamenca”, afirma Rocío. “Yo la empresaria”, se define Mariola. “Y yo, el 'link' que unió el grupo y tuvo la idea”, completa Piedy.
En efecto, Piedy conoció a Mariola en una cena de la galería Columela, donde conectaron inmediatamente: poco después se completaría el triunvirato con Rocío. Las tres se hicieron amigas inseparables –siguen hablando cada día, aunque sea por teléfono-, y su actitud conjunta denota la confianza de quien se siente capaz de todo, pero nadie, ni ellas mismas, podía imaginar que unas mujeres tan upper crust se convertirían las reinas de la noches flamencas de Madrid. Veinticinco años más tarde, en la casa madrileña de Rocío, frente a una mesa camilla como la que un día presidía la entrada a la sala Caracol, nos cuentan aquel asombroso sueño que duró tres años.
NAVIDAD DE 1988
Piedy Aguirre: Yo me aficioné al flamenco de repente, la Nochebuena de 1988. Estaba sola en casa sin mis hijos, recién separada, y puse la tele por tener compañía. Y lo que vi me hizo sentir como si me apuñalaran: eran Camarón y Tomatito cantando villancicos flamencos. Llamé a Rocío y le dije: “No quiero en mi vida nada más que escuchar a Camarón. ¿Dónde está, dónde se le puede ver?” Entonces empezamos ella y yo a ir a sitios de flamenco, y en un homenaje a Juan Salazar, de la familia de las Azúcar Moreno, cantaba Enrique Morente, y tocando el cajón estaba Antonio Carmona, que no sabíamos ni quién era. Pero nos quedamos alucinadas, nos pareció el artista más grande del mundo. Después lo conocimos en el tablao Casa Patas, al principio por encima. Luego ya más, tanto que Mariola se acabó casando con él.
¿POR QUÉ NO LO MONTAMOS NOSOTRAS?
P.A.: Nos dimos cuenta de que no había buenos lugares para escuchar flamenco. Que eran en general tablaos para turistas. Así que día dijimos: ¿por qué no lo montamos nosotras? Yo era abogada y trabajaba con un procurador que era familiar de los propietarios de sastrería que tenía la nave en la calle Calle Bernardino Obregón, en el fin del mundo. Nos la enseñó y estaba destrozada: era un solar, ni techo tenía. Pero nos gustó la fachada y nos la quedamos. Hicimos toda la decoración nosotras, con muebles de mi casa y unos frescos que pintó mi hermano encima de las puertas. Las mesas y sillas se las compramos al hostelero José Luis.
Mariola Orellana: Yo traje los equipos técnicos de la empresa de la que venía. Teníamos un socio arquitecto, Juan Sobrino, que dirigió la obra. Él es quien después diseñó el panteón de Lola Flores, por cierto.
Rocío Aguirre.: El día de la inauguración, en septiembre de 1992, abrimos con la Niña de la Puebla. Ella era un mito del flamenco, y aquel sería su último concierto antes de morir. Estaba ciega, salía a cantar agarrada al respaldo de la silla. Y tocaba Juan Habichuela, el padre de Antonio Carmona. No sabíamos si iba a venir alguien, si aquello iba a funcionar. Y antes de abrir nos asomamos, ¡y había cola! ¿Nosotras cómo íbamos a pensarlo? Si habíamos puesto en la entrada una mesa camilla, que de esa guisa recibíamos a la gente que entraba.
M.O.: Se montó una fiesta gitana: actuaron Ketama, Antonio Carbonell, Antonio Canales, Joaquín Cortés… “Ketama puso la fiesta”, decía el titular de El País. Pues el mismo día y en esa misma página salió la noticia del entierro de César Manrique. Con eso pasé simbólicamente de una vida a otra. Porque ya me había divorciado del sobrino de Manrique...
EL CARACOL Y EL FÉNIX
R.A.: La sala se llamaba así por Manolo Caracol. Aunque al principio el nombre era Navefénix, porque estaba en una nave industrial y por aquello del fénix que resurge. Pero nadie usaba ese nombre, así que se 'autocambió'.
P.A.: Pusimos mucho corazón en el proyecto, porque queríamos disfrutar y que otros disfrutaran. Que hubiera un flamenco puro, pero que no resultara demasiado intenso o jondo. Queríamos divulgar la música, primero la flamenca y luego el resto.
M.O.: Para los flamencos, que venían por mi suegro, aquella era sobre todo la sala de los Habichuela. Se sentían en su casa.
P.A.: Es verdad que los gitanos enseguida les encantó, y empezaron a hacer, como decían ellos, “sus reservas. Por eso todos los camareros eran gitanos. Gitanas, en realidad. Claro que también venían amigos a ayudarnos, como Alfonso Albacete, el director de cine…
LOLA FLORES: “¿CARACOL, DÍGAME?”
M.O.: Mi marido acaba de grabar el primer disco con Rosario Flores, y le dijo que tenía una sala y que viniera con su madre. Y a mí me avisó: “Oye, que va a venir Lola Flores”. Para mí eso era lo máximo de la vida. Así que con unos biombos hicimos un sitio separado para ella.
R.A.: Yo me acuerdo perfectamente del día que llegó Lola en el coche. Llevaba muchísima gente con ella. Era impactante. Tenía una luz increíble, y esa esa mirada… Era una estrella.
M.O.: Ella ya estaba malita, pero se volvió loca con la sala. Venía todo el tiempo.
P.A.: Rosario me contaba el otro día que muchos jueves estaba en casa con su madre tan a gusto, y Lola decía: “¡Venga, niña, vámonos a Caracol!”. Y a ella no le apetecía nada salir de la Moraleja, y vestirse, que igual era tardísimo. Pero para allá se iban. Y siempre tenía su sitio asegurado.
M.O.: Llegaba siempre con mucha gente: Juanito Díaz “El Golosina”, su secretaria Carmen Mateo, Lolita, Guillermo Furiase, Antonio, Rosario. Y su amiga de Barcelona, Angelita.
R:A.: Se metía de repente en la oficina y cogía ella el teléfono. ¡Le encantaba! “¿Sala Caracol, dígame?” Imagínate la gente que llamaba para hacer una reserva o algo y se encontraba la voz de Lola Flores, que era inconfundible.
M.O.: Guillermo, su nieto, celebró su bautizo en la Caracol. Y Lola extendió un cheque para pagarnos. Pero nunca lo cobramos porque nos parecía que valía más la firma que el dinero.
DINERO QUE ENTRABA Y SALÍA
M.O.: Al día siguiente de cada concierto llevábamos el dinero en efectivo al banco. Recuerdo las cajas llenas, que nos avisaban las cajeras de que ya no cabía más y nosotras recogíamos los fajos de billetes y lo metíamos en el despacho. Descubrimos que la del guardarropa nos robaba.
Todas: ¡Todo el mundo nos robaba!
M.O.: Pero como nos lo pasábamos muy bien, y a pesar de eso nos llevábamos dinerales, también te digo…
R.A.: Ganábamos dinerete, pero para dinerales los que debíamos. Que nunca dejamos de deber. Y luego en un negocio así había que controlar que si cuántas botellas de whisky se sacaban a la mesa, que si… Y nosotras no controlábamos nada.
P.A.: Y las camareras tenían mucha gracia y animaban a la gente a beber, pero luego ya invitábamos, y no se controlaba.
REALEZA, MOVIDA Y 'CHEQUETRISTE'
M.O.: Otro de nuestros éxitos era la mezcla que reuníamos. Había gente de la sociedad más chic, digamos, con la cultura, la moda, y todos los modernos. Y la Movida: García-Alix, el Hortelano, Ceesepe, todos. Y por supuesto Paco de Lucía. Y Joaquín Cortés, que como Sara Baras actuó cuando nadie le conocía. Y Miguel Poveda. Por supuesto vino el actual rey Felipe, Isabel Sartorius, Guillermo de Holanda, Alfonso Martínez de Irujo, Jesús Polanco, el clan Almodóvar entero, Alejandro Sanz… Y Pepe Navarro, que se enfadó porque le querían cobrar la entrada y se fue.
P.A.: Cuanto más importante era la gente, menos pegas ponía para pagar. Porque pagábamos en cash con el dinero de las entradas a los artistas en cuanto bajaban del escenario, y para nosotras era lo que sacáramos con las copas.
M.O.: Solo una vez tuvimos que pagar a un artista con un cheque. ¡Una! Fue a Chiquetete, al que desde ese día llamamos “Chequetriste”. Nos dio mucha pena, el pobre.
P.A.: Una vez hicimos unos premios, unos soles dorados como el logotipo de la sala, y se los dimos como homenaje a los que no habían fallado nunca, que los había. ¡Había gente que venía literalmente todas las noches!
LOS AMIGOS Y EL 'SOLD OUT'
P.A.: A veces pedíamos a los amigos que nos ayudaran cobrando las entradas. Normalmente el que presentaba a los artistas era Juan Verdú, que era nuestro nexo más importante con los artistas. El los localizaba, nos decía quiénes eran buenos y hacía la programación.
M.O.: A veces también tirábamos de Antonio Carmona, le pedíamos que tocara con los artistas. Nos hacía mucho de comodín. Las actuaciones eran jueves, viernes y sábado, desde las doce de la noche. Y empezamos a alquilar el local el resto de los días para fiestas privadas, presentaciones, desfiles y esas cosas.
M.O.: Teníamos un mailing, y a esa lista le enviábamos la programación del mes. Y cuando llegaba a las casas, empezaban a llamar por teléfono para reservar las mesas, que no dábamos abasto. La mayor parte de los días estábamos con todo lleno. 'Sold out, sold out' todo el rato.
P.A.: Cuando decíamos “no hay mesa” es cuando empezaban los problemas. Ese era mi trabajo, porque era yo la que colocaba a la gente. Y me daban propina y todo, que me acuerdo de cómo me alargaban un billetito así muy arrugadito a la mano. Y una vez me acuerdo que me dijo un señor grandísimo todo enfadado: “¡Que venga el dueño ahora mismo!”. Y yo: “Lo siento muchísimo, pero es que el dueño soy yo”.
ALMA GITANA
P.A.: Teníamos contratado un empleado que en teoría se encargaba de sentar a la gente pero en realidad estaba de pie a mi lado para informarme de quiénes eran los gitanos “importantes” que venían. Hubo dos, el Furu y el Quilino. Y cuando andábamos mal de cash y había que hacer caja, llamábamos a un cantaor, el Parrita, para actuase porque que los gitanos estaban locos con él y venían todos. Entonces les daba igual que les dijeras que ya no había sitio.
M.O.: Yo me enfrentaba con los gitanos, no pensaba que hubiera que tratarlos de manera diferente. Yo soy muy mandona y tengo seis hermanos varones, estaba acostumbrada. Piedy era mucho más polite y tranquila.
P.A.: Una vez nos enfrentamos a uno que dijo: “tú no sabes quién soy yo”, y sacó una pistola. Mariola y Rocío salieron huyendo como “¡que tiene una pistola!”, y me quedé yo para tranquilizarlo. Acabamos hablando de su madre, que lo que le pasaba al pobre era que tenía muchos problemas con ella… La madre no era gitana, eso seguro. Y la pistola se la volvió a guardar. Acabamos tan amigos y no pasó nada. Yo nunca tuve ningún problema con ningún gitano. Al contrario, si no hacían más que gastarse dinerales, que no paraban de comprar botellas. Encima venían todos sus amigos, daban sus fiestas… Estaban todos mezclados, los gitanos y la aristocracia, y allí no pasaba nada. Había un buen rollo increíble. Las pocas veces que tuvimos algún problema, al final funcionaron maravillosamente bien las leyes de los gitanos. Las leyes de los gitanos se cumplen a rajatabla, no como las de los payos.
M.O.: Hombre, los gitanos nos respetaban muchísimo desde el momento que uno de los dueños era mi suegro Juan Habichuela. Pero también es verdad que luego había sus problemas, como en todas partes. Una vez una mujer, cuando yo estaba embarazada, me amenazó con una aguja de punto porque no tenía sitio. ¡La tía! Otra vez me amenazó un hombre, y ya tuvo que ir mi suegro a hablar con él.
EL “SEGURATA” LIGÓN
R.A.: Si hasta tuvimos que contratar a un guarda…
R.A.: No nos daba ninguna seguridad, pero era encantador.
¿LA FIESTA, POR FAVOR? EN EL BAÑO DE SEÑORAS
R.A.: Las gitanas no podían fumar delante de los hombres. Por eso iban al baño, y allí era donde al final se liaban las mayores juergas.
P.A.: En mi tiempo de aprendizaje yo me había dado cuenta de dónde estaba el rollo, que era en el baño. Allí se soltaban ellas, y se formaban las juegas más grandes. Por eso había que darles espacio. Que el baño fuera muy grande estaba totalmente pensado, que hasta un sofá pusimos.
EL MITO CHAVELA
R.A.: Nuestro amigo Manuel Arroyo, editor de Turner, nos dijo que había visto a Chavela Vargas actuando en un sitio en México, una especie de cantina, y que había dejado de beber. No teníamos un duro para traérnosla. Pero yo hablé con un primo mío que trabaja en Iberia y logramos los billetes de avión. Y conseguimos también que se alojara en la Residencia de Estudiantes gracias al director de entonces, Pepe García Velasco. Así que de momento no nos costó nada. Ahora, ella cobraba un dineral, así que tuvimos que subir el precio de la entrada. Y hablamos con Pedro Almodóvar, que nos dijo que nos iba a ayudar. Nos llevó la comunicación Paz Sufrategui, jefa de prensa de El Deseo. Y gracias a eso llenamos.
M.O.: En principio Chavela venía para tres días de mayo de 1993, pero fue un reventón, con la entrada más alta y todo, así que ampliamos otros tres. Allí estaban todas. Pedro Almodóvar y su troupe. Victoria Abril, Marisa Paredes, Rossy de Palma, Bibiana Fernández, que no se perdió un solo concierto, Elena Benarroch, Joaquín Sabina…
M.O.: Lo que pasa es que, como a todos los artistas, con el éxito que tuvo le dio un egotrip. La cogió Almodóvar, que le había hecho de cicerone por Madrid y luego sacó una canción suya en Kika. La llevaron al Olympia de París y se olvidó de la sala Caracol. Pero eso es natural.
P.A.: Resurgió de las cenizas, pero la verdad es que no nos lo agradeció. Como tenía el caché tan alto, no ganamos nada con los conciertos que habíamos programado en mayo. Entonces le pedimos que volviera para septiembre, y ella nos dijo que sí, que lo haría ya cobrando menos para que pudiéramos rentabilizarlo. Pero nunca lo hizo.
R.A.: Pero nos fue tan bien con Chavela que empezamos a traer otros artistas del mundo y ya no solo era una sala de flamenco. Vino también gente como Mísia o Cesária Évora. Y hasta el grupo Texas, que presentó su disco.
LA POLICÍA, ENCANTADA
P.A.: Empezamos a tener problemas con los vecinos, por el ruido. De hecho venía la policía cada día. De la policía me encargaba yo, que los sabía llevar. Les hacíamos pasar, que vieran a Lola Flores, que escucharan los conciertos, y entonces se quedaban encantados.
EL PRÍNCIPE Y EL GITANO (QUE SE CAYÓ DE ESPALDAS)
P.A.: Una noche, durante la actuación, un guitarrista muy entregado, de la emoción, se cayó para atrás y desapareció del escenario. ¡A metro y medio de altura! Pues volvió a subir y siguió tocando como si nada. Entre el público estaba aquella noche Guillermo de Holanda, entonces príncipe, que no daba crédito. Estaban también todos los fiscales de España, que habían tenido una reunión.
R.A.: No teníamos ni seguro, por supuesto. Menudo agobio. Menos mal que no pasó nada.
M.O.: La gran aportación de la sala Caracol fue que el flamenco dejara de ser considerado algo exclusivo de gitanos y de señoritos, o de guiris, y que empezara a apreciarse en un público más amplio. Lo pusimos de moda. La gente se lo pasaba tan bien que no había manera de echarlos. Acabábamos muchas veces a las cinco de la mañana, y los camareros se ponían a plegar las sillas.
R.A.: Y salía Juan Verdú y decía: “Señores, ¡nada es eterno!”. Y la gente no se iba. ¡No había manera, vamos!
NADA ES ETERNO
R.A: Yo quise vender porque mi pareja estaba hasta las narices de que apareciera en casa a las tantas de la mañana. Además, ya no me divertía tanto. Aparecieron unos que querían comprarla y dijimos que sí.
P.A.: Para entonces teníamos acumuladas varias órdenes de cierre, y nos obligaban a insonorizar el local. Pero hacerlo bien costaba mucho dinero y no podíamos.
M.O.: Vendimos a los mismos que siguen ahora a través de un fotógrafo, Mario Larrode, y de Paco Martín, director artístico del sello discográfico BMG-Ariola. Paco nos dijo: niñas, que hay uno que os quiere comprar la sala. Y entre las órdenes de cierre, todos los conflictos que tenía yo con los gitanos y tal, pues vendimos.
M.O.: Lo último que hicimos fue la fiesta de fin de año de 1995. Estaba Lola Flores, Rosario, el Pescaílla, los Ketama, Joaquín Cortés, José Soto… También, por supuesto, Pedro Almodóvar, Rossy de Palma con Santiago Lajusticia que entonces era su pareja, Bibiana Fernández, José Luis García Berlanga (el hijo del director)… Mira [muestra una foto en la que las tres llevan pelucas rubias y hay varios artistas junto a ellas, además de Almodóvar]. Aquí se subió al escenario todo el mundo.
M.O.: Mientras vendíamos la sala, yo repetía todo el rato: nos vamos a arrepentir, nos vamos a arrepentir. Y me he arrepentido toda la vida.
P.A.: De hecho creo que algún día volveremos a abrirlo.
M.O.: Pues cuenta conmigo.
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