viernes, abril 10, 2020

Cenando con Pavarotti











A mi prima y amiga Isabel Maier le encanta la ópera.
A mí no me gusta nada pero cuando viajábamos juntas, las dos cedíamos para poder hacer los mismos planes.
La mayoría de las veces coincidíamos.
Creo que ella no tenía que hacer mucho esfuerzo para ir conmigo a los museos porque aunque no tenga especial predilección por la pintura contemporánea, es muy culta y todo le interesa.
Peor era para mi acompañarle a la ópera pero lo hacía gustosa por estar con ella.
En aquella época nos movíamos bastante con Bocaccio y casi siempre encontrábamos gente que conocíamos.
Llegábamos a las ciudades y el primer paso era comprar la guía del ocio.
Ella se encargaba de mirar las óperas y yo las exposiciones.
En San Francisco, cuando Isabel se enteró de que Luciano Pavarotti estaba 
actuando, se puso muy contenta y decidió pedirle dos entradas.
Le conocía y tenía suficiente confianza para hacerlo.
Isabel ignora el significado de la palabra pereza.
Me entusiasma cómo canta Pavarotti pero la idea de estar sentada en una butaca tres horas en completo silencio, no me atraía.
Estaba bastante tranquila porque pensé que no conseguiría hablar con el cantante
y me ahorraría tener que asistir al evento, me equivoqué.
No solo obtuvo las entradas sino que me comunicó entusiasmada que estábamos 
invitadas a cenar con él.
Nos citó a las ocho en un su hotel.
Luciano estaba instalado en un magnífico apartamento dentro de un hotel 
decorado en plan inglés, muy elegante.
Nos hizo un gran recibimiento.
Cuando llegamos estaba hablando con una periodista americana de la que pronto se desembarazó.
Se notaba que le hacía verdadera ilusión encontrarse con Isabel.
Conmigo estuvo cálido y muy simpático.
Ellos hablaban sin parar.
Yo casi no podía intervenir porque mi italiano era mínimo.
Además, tenía hambre y estaba deseando salir a cenar pero Luciano estaba tan 
contento que se iba animando por momentos y dijo que resultaría mas agradable 
quedarnos en el hotel y que él prepararía la cena, ya que como buen italiano era 
un gran cocinero.
Desde que entró en la cocina hasta que nos sentamos en el comedor, no recuerdo 
nada.
De lo que me acuerdo perfectamente es del susto que me pegué cuando apareció 
con una gran fuente repleta de conejo con champiñones, de la que se 
sentía muy orgulloso.
No estoy familiarizada con ese tipo de comida por lo que, haciendo de tripas 
corazón, intenté engullir lo imprescindible, deseando que terminara el festín.
Luciano estaba pletórico.
El chianti me ayudó a desinhibirme y pronto fui capaz de hablar italiano y poder así incorporarme a la conversación que 
mantenían Isabel y Luciano.
Terminada la cena, Luciano quiso que tomáramos una copa en el salón.
Se llevó una gran desilusión cuando dijimos que queríamos retirarnos.
Habíamos volado y necesitábamos descansar.
Insistió en que nos quedáramos a dormir con él.
Por nada del mundo quería que nos fuéramos.
Se puso muy persistente.
Lo hacía de una manera simpática pero reconozco que cuando conseguí encontrarme en el ascensor del hotel, respiré.


Resonaban en mis oídos sus últimas palabras: Posso con tutti e due! Poso con tutti e due!














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