Desde mi adolescencia y a pesar de extrema timidez, hasta que empecé mi carrera de BBAA, he pasado momentos inolvidables en estudios de artistas.
A algunos les conocía y me resultaba fácil presentarme simplemente para ejercer la contemplación, ver al artista pintando en silencio y respirar esos olores que me transportaban a mis paraísos soñados.
Pero cuando la obra de un pintor me exaltaba hasta extremos incontrolables, me presentaba en su casa, tocaba el timbre y le decía que me gustaría verle pintar, conocer su obra en la intimidad del estudio... no sé, pero casi siempre me salía bien.
Así pasó con Jose María Ucelay, de quien me hice tan amiga que cuando llegaba algún visitante o comprador me mandaba a mi para que le explicara todo lo que había en Txirapozu, ya que aunque sus cuadros estaban en su estudio, si él consideraba que la luz del comedor resultaba apropiada en aquel momento único, no tenía reparos en trasladar el caballete y pintar allí.
No fue Jose María el único que ocupó mis deliciosas tardes de contemplación y escucha; en realidad sería una lista interminable de estudios recorridos y disfrutados con sus inquilinos incluidos.
Recuerdo con mucho amor a Vicente Ameztoy, pintando sus hierbas, una a una, rodeado de plantas que solo regaba cuando llovía.
De Oteiza ¡que puedo decir! era el coloso de Rodas en persona, Aguirre o la cólera de Dios, la ocupación del espacio que él mismo vaciaba para llenarlo con su genio, el gozo de vivir en plenitud, la revolución copernicana sin descanso, la guerra sin cuartel, la ternura disfrazada de volcán siempre en erupción...
He bebido de las fuentes de los grandes directamente.
Cuando quiero saber algo, voy directamente a la fuente y como soy muy terca, casi siempre consigo lo que quiero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario