Ayer volví al campo, a la naturaleza, a mi habitat, a ese lugar en el que el verde ofrece su extensa gama de matices armonizado por el canto de las aves que es mas dulce que el del arroyo.
Disfruté.
Mi amiga Rosa sin espinas que es mi compañera de paseos y confidencias me recordó que llevábamos mas de un año sin que yo me sintiera capaz de salir de casa... lo que demuestra lo malita que he estado.
Yo tenía ganas de ir a Markaida porque allí hay un caserío con huerta ecológica.
No encontré el caserío ni siquiera lo busqué.
Cuando me topé con el frontón me quedé petrificada.
Soy amante de frontones y desde años me embelesan pero el de ayer era un frontón extraterrestre.
Salía de la pared de la iglesia, formaba parte de ella.
Una escultura viva, vacía, invitaba a la reflexión profunda y contaba la historia de los vascos escrita en la piedra.
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