Hasta hace poco consideraba que ver series era una manera bastante gratuita de pasar el rato.
Sin embargo de un tiempo a esta parte mi escala de valores ha cambiado bruscamente.
El hecho de vivir con dolor y limitada de movimientos hace que cualquier cosa que me distraiga se vuelva grandiosa.
Eso es lo que me sucede con las series.
No quepo en mi de agradecimiento a quien me sugirió entrar en ese mundo tan cercano a la realidad y que tanto absorbe mi pensamiento.
Añado a ese inocente entretenimiento el glorioso hecho de poder ver las series en inglés, idioma que me apasiona y que nunca me canso de mejorar.
Empecé viendo Downton Abbey (inglesa) que me hizo disfrutar con el hechizo de su magnífico vestuario, acento y recordatorio de una época que afortunadamente ya pasó.
De ahí pasé a House of Cards (americana) moderna, cruel, fría y despiadada en la que el uso del móvil adquiere una relevancia capital que me influenció tanto que cambié el mio por un smartphone que me ha salido rana.
Kevin Spacey no me defraudó.
Ahora estoy deleitándome con The good wife (americana) que adquiere un encanto superior a las anteriores al estar protagonizada por una mujer.
Además el hecho de que se trate de abogacía me ayuda a conocer términos muy interesantes.
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