jueves, febrero 10, 2011

UN AMANECER GLORIOSO







Al sol
Himno

de José de Espronceda








Para y óyeme ¡oh Sol! yo te saludo  
 Y estático ante ti me atrevo a hablarte;  
 Ardiente como tú mi fantasía,  
 Arrebatada en ansia de admirarte,  
 Intrépidas a ti sus alas guía. 
 ¡Ojalá que mi acento poderoso,  
 Sublime resonando,  
 Del trueno pavoroso  
 La temerosa voz sobrepujando,  
 ¡Oh sol!, a ti llegara 
 Y en medio de tu curso te parara!  
 ¡Ah! si la llama que mi mente alumbra  
 Diera también su ardor a mis sentidos,  
 Al rayo vencedor que los deslumbra,  
 Los anhelantes ojos alzaría, 
 Y en tu semblante fúlgido atrevidos  
 Mirando sin cesar los fijaría.  
 ¡Cuánto siempre te amé, sol refulgente!  
 ¡Con qué sencillo anhelo,  
 Siendo niño inocente, 
 Seguirte ansiaba en el tendido cielo,  
 Y extático te vía  
 Y en contemplar tu luz me embebecía!  

 De los dorados límites de Oriente,  
 Que ciñe el rico en perlas Oceano, 
 Al término asombroso de Occidente  
 Las orlas de tu ardiente vestidura  
 Tiendes en pompa, augusto soberano,  
 Y el mundo bañas en tu lumbre pura.  
 Vívido lanzas de tu frente el día, 
 Y, alma y vida del mundo,  
 Tu disco en paz majestuoso envía  
 Plácido ardor fecundo,  
 Y te elevas triunfante,  
 Corona de los orbes centellante. 

 Tranquilo subes del cenit dorado  
 Al regio trono en la mitad del cielo,  
 De vivas llamas y esplendor ornado,  
 Y reprimes tu vuelo.  
 Y desde allí tu fúlgida carrera 
 Rápido precipitas,  
 Y tu rica encendida cabellera  
 En el seno del mar trémula agitas,  
 Y tu esplendor se oculta,  
 Y el ya pasado día 
 Con otros mil la eternidad sepulta.
  
 ¡Cuántos siglos sin fin, cuántos has visto  
 En su abismo insondable desplomarse!  
 ¡Cuánta pompa, grandeza y poderío  
 De imperios populosos disiparse! 
 ¿Qué fueron ante ti? Del bosque umbrío  
 Secas y leves hojas desprendidas,  
 Que en círculo se mecen,  
 Y al furor de Aquilón desaparecen.  

 Libre tú de la cólera divina, 
 Viste anegarse el universo entero,  
 Cuando las aguas por Jehová lanzadas,  
 Impelidas del brazo justiciero,  
 Y a mares por los vientos despeñadas,  
 Bramó la tempestad; retumbó en torno
 El ronco trueno y con temblor crujieron  
 Los ejes de diamante de la tierra;  
 Montes y campos fueron  
 Alborotado mar, tumba del hombre.  
 Se estremeció el profundo;
 Y entonces tú, como Señor del mundo,  
 Sobre la tempestad tu trono alzabas,  
 Vestido de tinieblas,  
 Y tu faz engreías,  
 Y a otros mundos en paz resplandecías. 

 Y otra vez nuevos siglos  
 Viste llegar, huir, desvanecerse  
 En remolino eterno, cual las olas  
 Llegan, se agolpan y huyen de Oceano,  
 Y tornan otra vez a sucederse;
 Mientra inmutable tú, solo y radiante  
 ¡Oh sol! siempre te elevas,  
 Y edades mil y mil huellas triunfante.  

 ¿Y habrás de ser eterno, inextinguible,  
 Sin que nunca jamás tu inmensa hoguera 
 Pierda su resplandor, siempre incansable,  
 Audaz siguiendo tu inmortal carrera,  
 Hundirse las edades contemplando,  
 Y solo, eterno, perenal, sublime,  
 Monarca poderoso dominando?  
 No, que también la muerte,  
 Si de lejos te sigue,  
 No menos anhelante te persigue.  
 ¿Quién sabe si tal vez pobre destello  
 Eres tú de otro sol que otro universo 
 Mayor que el nuestro un día  
 Con doble resplandor esclarecía!!!  

 Goza tu juventud y tu hermosura  
 ¡Oh sol!, que cuando el pavoroso día  
 Llegue que el orbe estalle y se desprenda 
 De la potente mano  
 Del Padre Soberano,  
 Y allá a la eternidad también descienda,  
 Deshecho en mil pedazos, destrozado  
 Y en piélagos de fuego 
 Envuelto para siempre, y sepultado  
 De cien tormentas al horrible estruendo,  
 En tinieblas sin fin tu llama pura  
 Entonces morirá. Noche sombría  
 Cubrirá eterna la celeste cumbre; 
 Ni aun quedará reliquia de tu lumbre!!!  
Música: Che Bambola Fred Buscaglione 

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