Cuando se me plantea la necesidad de hacer una foto para el catalogo de una exposición que debe representar el tema general, es como un nuevo reto cuando parecía que todo estaba resuelto.
Parece mentira que después de haber estado sumida en un tema durante un par de años por lo menos, me cree un problema el simple acto de hacer una sencilla foto. Pues sí, supone un diferente y difícil planteamiento.
De hecho, no siempre acierto.
En una película de
Harum Farocki cuyo nombre no recuerdo ni encuentro (cuento con algún bloguero adiestrado que me eche una mano) unos fotógrafos publicistas se dedicaban durante los, pongamos 40 minutos que duraba el film, a intentar diferentes luces y milimétricos cambios para conseguir el efecto deseado.
Cuando tuve que hacer la foto para una exposición de
"Cajitas" en la galería Iñauteri de Fuenterrabía, Guipuzcoa, quise hacer algo que tuviera relación con mi trabajo sin que fuera una reproducción fotográfica de una cajita, por lo que decidí convertirme yo en una caja viva.
El tema no me resultó difícil porque contaba con esas lecheras que son encantadoras.
Para conseguir las hortensias me metí en la boca del lobo porque se las pedí a un amigo y se negó en rotundo por lo que me arreglé con una salvajes que encontré en un descampado.
Mi retrato de niña lo había tenido siempre mi padre en su oficina: no lo dudé.
Encontrar dos alturas iguales para posar los floreros no habría tenido gracia y que yo estuviera con los ojos abiertos, tampoco.
Aunque hice pruebas vestida con color, estaba claro que el blanco era el adecuado.
Cuando todo estuvo preparado hice unas cuantas fotos, no demasiadas, y tomé la decisión.