Prem Rawat me contó una historia con la que me identifico y me gusta recordarla porque me recuerda a mi misma.
Erase una vez, un lugar muy bonito que estaba gobernado por un rey bueno.
Un día, un mendigo llamó a la puerta del palacio en donde habitaba el rey pidiendo ayuda.
El buen rey le quitó los harapos, le vistió con ropa nueva y le dio un sencillo trabajo.
Como buen rey que se ocupa de sus súbditos y sus sirvientes, observaba al mendigo, pues quería que todos estuvieran sanos y contentos en su reino.
Comprobó que el mendigo era un excelente trabajador, inteligente, honrado y muy justo.
Hasta tal punto el mendigo realizaba el trabajo asignado por el rey, que éste, entusiasmado, le ascendió a primer ministro y le dio mucho poder, lo cual despertó las envidias de los demás ministros.
Así que un día, se presentaron ante el rey y le dijeron que tenian que hablar con él de un tema personal.
El rey, intrigado, les recibió en su despacho y ¡cual fue su sorpresa! cuando los ministros le contaron que habían estado observando al mendigo y tenían la sensación de que había estado robando durante todos esos años que había gozado de la confianza del rey, ya que, cuando creía que nadie le veía, subía al camarote, se encerraba allí, contemplando su baúl.
El rey, abatido y defraudado, pidió a los ministros que le llevaran inmediatamente al camarote y que abrieran el baúl.
Así se hizo, y cuando lo abrieron, lo único que vieron fueron unos harapos mugrientos.
El rey hizo llamar al mendigo-ministro y le preguntó el significado de aquello.
El mendigo-ministro, humilde como siempre, respondió tranquilamente:
Majestad:
Cuando vine a pedir ayuda, yo era un miserable mendigo, pobre, hambriento y harapiento.
Gracias a la bondad de Su Majestad, hoy soy un hombre digno, próspero, bien alimentado y gozo de todos los privilegios que cualquier persona puede desear.
Mi gratitud hacia Su Majestad es inmensa y no quiero olvidar que gracias a Su Majestad puedo disfrutar de una vida tan agradable, así que, para no olvidarlo, vengo aquí de vez en cuando, y al ver los harapos que me cubrían cuando llegué aquí, vuelvo a sentir ese agradecimiento que debe ser constante en mi vida.
Pues bien, yo soy como ese mendigo que, cuando llegó a los pies de Prem Rawat pidiendo ayuda, me encontraba en una situación parecida a la de ese harapiento mendigo.
Mi vida era una ruina y no veía ninguna salida.
Prem Rawat me sacó del pozo oscuro, me encendió una vela que estaba apagada dentro de mi y desde entonces, esa vela ha iluminado mi camino y he hecho un largo recorrido.
Mi agradecimiento no tiene límites, por eso quiero tener siempre presente esos harapos que vestía cuando llegué a los pies del Maestro.
Amen
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