Gracias a las circunstancias de la vida, hoy vivo en Getxo.
Solo me muevo para ir a Castro, a Bilbao y al campo.
No necesito pasar el elegante puente colgante.
Pero cuando veraneábamos en Santurtzi y mis amigas y más tarde mi novio vivían en Getxo y yo tenía que pasar el dichoso puente colgante sufría muchísimo.
Además tenía que estar en casa a las 10:00, lo que suponía que tenía que irme antes de todos los sitios en donde me estaba divirtiendo.
Cuando tenía fiestas de noche, le obligaban a mi hermano a acompañarme a las 02:00 de la madrugada, y desde entonces yo creo que me tiene manía.
Hoy en día para mi el puente colgante es como una estatua que solo con verla me pongo contenta.
Otra temporada, ya viviendo en Las Arenas, por razones de toxicomanía, pasaba al otro lado en un lindo bote que va y viene constantemente y tiene mas encanto y es mas rápido que la barquilla.
Mi dealer vivía en Portugalete y quedábamos por las mañanas en la plaza del pueblo, al aire libre. Allí conocí gente interesante de realidades sociales diferentes a las que había conocido hasta entonces.
En aquella época mi vehículo era una bicicleta de carreras que dejaba enganchada en el embarcadero; me la robaron.
Hablo de un pasado que ya no me afecta, pero en su momento lo pasaba mal.
Es importante que seamos considerados con las personas que tienen problemas de toxicomanía porque lo que empieza siendo un juego, luego se convierte en una experiencia, como decía Henri Michaux que deriva en una enfermedad difícil de curar.
Yo soy partidaria de la legalización de las drogas, incluidas las duras y de un tratamiento individualizado para los que sienten la necesidad de experimentar con ellas.
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