domingo, marzo 04, 2012

MARTA EN NEPAL











Kathmandu es difícil para una persona occidental.
Yo he estado un par de veces para escuchar a Prem Rawat y reconozco que tiene un encanto especial, pero todo es demasiado pequeño para mi tamaño.

Los nepalíes en general son diminutos y ya desde que llegué al aeropuerto la primera vez, me estaban esperando y el coche me resultaba estrecho.
Me hospedé en un hotelito familiar que me habían proporcionado en Kolkata, a la sazón se llamaba Calcuta y me sentí tan a gusto que la siguiente vez no solo fui yo sino que llevé a mis amigos.
Nos trataban tan delicada y elegantemente que decidimos hacer las comidas en el hotel, comida limpia y sana.
La primera vez yo salía a los restaurantes, todos con nombre de los ochomiles que se divisan desde cualquier sitio de la ciudad, pero no se come bien.

Kathmandú es como Bilbao, un botxo rodeado de montes nevados en las alturas; me lo hizo ver Dayalanand, un instructor de quien yo me ocupaba cuando vino a Vitoria hace años.

Todo en Kathmandu está basado en el esoterismo y el espíritu, los templos, los rezos, las librerías, los que te adivinan el futuro, el pasado, los que leen las manos, la oreja, la sombra, el aura... sabían mas de mi que yo misma.
Eran personas cuya sabiduría había sido trasmitida de padres a hijos a través de generaciones y estaban tan despiertos que me asombraban.
La gente de Kathmandu es muy pobre pero muy feliz.

Los eventos con Prem Rawat se hacen al aire libre, en un gran terreno, al pie de los Himalayas, todos sentados en el suelo menos los occidentales ya que no estamos preparados para semejante tortura.

Visité algunos lugares que me impactaron a pesar de que sabía estaban preparados para el turismo, como Backtapur.


Fueron dias felices. 

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