Cuando empecé con mi autobiografía sobre cartones con grapas lo hice de una manera alegre, ligera, sin imaginarme que lo que en principio parecía casi un juego infantil, me iba a llevar a unas profundidades de mi propia vida y las de mis antepasados que yo, que quisiera aislar el arte de todo lo que me pueda resultar molesto, estoy empezando a darme cuenta de que me he metido en un berenjenal cuántico que va creciendo y poniendo órden en mi vida, la cual, hasta hace poco, era como un bálsamo para mi.
Pues bien, ambiciosa de conocimiento, mi propia autobiografía me lleva a curaciones cuánticas que van descubriendo todos los enredos que yo había tapado para que no me molestaran.
Estas terapias, junto a mi autobiografía, me están sumiendo en una limpieza que no resulta agradable.
Cuando descubro y me despojo de una capa, me quedo como nueva, relajada, serena y con la sensación del deber cumplido.
Pero luego algo en mi pide mas limpieza y una vez metida en el proceso, no me queda mas remedio que seguir, aunque sé que me cuesta.
Las ganas de tirar la toalla no entran en mi agenda.
Si a veces da la impresión de que repito los cartones, es porque así lo hago.
Las piezas artísticas son como personas, necesitan ser miradas a menudo, cada vez se ve algo nuevo, algo por descubrir y no olvidemos que mis cartones, aunque parecen poca cosa, llevan un entramado vital y muy antiguo.
Nada es nuevo excepto las grapas que los sostienen.
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