Al acordarme de lo que me costó reconocer a Prem Rawat como mi maestro, comprendo la dificultad que tenemos los occidentales para reconocer la necesidad de tener un maestro vivo.
Habiendo sido educada en el seno de una familia católica practicante y en colegios de monjas donde siempre tenía una tia monja que favorecía que me trataran muy bien, no me plantée si esa religión me hacía feliz o no.
Me aburría en misa e intentaba no hacer pecados mortales, hasta que hice el primero y noté que no pasaba nada.
Así, poco a poco, fui abandonando la práctica y no la echaba en falta.
Cuando conocí a Prem Rawat ya había empezado a fumar cannabis y me pareció que eran cosas parecidas, el amor, los hijos de las flores, mayo del 68, haz el amor y no la guerra, Woodstock, estilo hippy en lo que me convenía con bolsos de Vuiton y comprando las drogas en Biarritz...
Así que no hice mucho caso a Prem Rawat, pero la gente que le seguía me gustaba, me respetaban y hablaban de cosas interesantísimas de las que yo nunca había sabido que existieran.
Poco a poco yo fui avanzando en mi camino de experimentar con drogas, el cual me llevó a los infiernos, mientras esas personas que seguían a Prem Rawat cada día estaban mejor.
Llegó un momento en que yo ya estaba mal con drogas y sin drogas: había tocado fondo.
Cuando Pizca Riviere me contó que se iba a París para estar con Prem Rawat, le pregunté:
¿crees que Prem Rawat me puede ayudar?
A lo que ella respondió sin vacilar:
Es la única persona en este planeta que te puede ayudar (sic).
Y yo contesté: Apúntame a ese viaje.
Resumiendo: Desde hace treinta años le sigo con pasión y con él he encontrado la paz, la serenidad, la alegria, las ganas de vivir, la satisfacción, la plenitud...
No pido mas a la vida.
La gratitud me desborda.
Prem Rawat es el piloto que lleva las riendas de mi vida, y lo hace francamente bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario