Vivo en un lugar que responde a todas mis necesidades por lo que no me planteo cambiar de sitio, y reconozco que la cercanía con la naturaleza calma mi instintiva atracción hacia ella.
Por un lado la mar con sus playas, galernas, marejadas, subidas y bajadas y por el otro el campo sereno, siempre parecido, igual a si mismo, con sus habitantes tranquilos y desconfiados, mis amigos los árboles, inamovibles, esperándome engalanados de distintos colores dependiendo de las estaciones.
A menudo visito mi paradisiaco entorno para empaparme de esa apacible belleza que tranquiliza mi espíritu tendente al alboroto.
No quiero barracas ni romerías.
En plan Fray Luis de León, mi poeta favorito, me recreo en lo sencillo para estar mas cerca de mi.
Y llego a casa cansada, contenta y bien alimentada tras haber comido en un caserío las alubias recién sacadas de la vaina por la etxekoandre que se sienta en el porche tranquila y paciente, dueña de su tiempo y una a una va desgranando las mejores alubias del mundo.
¿qué mas puedo pedir a la vida?
Una siesta sin límite ya que a mi edad, no tengo obligaciones que empañen mis tardes festivas.
Cumplí con el mundo, le di cuatro hijos y ya me siento libre de responsabilidades, excepto las que tengo conmigo misma que ocupan todo mi tiempo.
Ya lo dijo Paolo Virno cuando salió de la cárcel, donde pasó varios años pensando.
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