Reconozco que siento una atracción desmesurada por las rayas y lo he mostrado publicamente en mi larga trayectoria pintando playas e incluso llegué a pintar solo rayas porque me sentía tan identificada con las rayas que incluso empecé a pintar los muebles de mi casa con rayas.
Ya antes había empezado con las rayas del Athletic a pesar de que el fútbol no me interesa por mas que me esfuerce en intentarlo.
Cuando ya me vi rodeada de rayas en mi estudio, decidí tapar todos los cuadros de rayas con gesso y me fui a Los Angeles.
Allí no había rayas y me olvidé de las rayas, por lo menos eso creí.
Pero volví a Europa y en el Macba me encontré con la obra de Daniel Buren y otra vez se despertó mi adicción con mas fuerza que antes y ya solo deseaba ir a Deauville para empaparme de rayas.
Hice un pequeño homenaje a Daniel Buren que lo tengo considerado como una de mis joyitas.
Así lo hice y en la extraordinaria semana Viscontiniana que pasé entre Deauville y Trouville, una de las mejores de mi vida, me metí tal sobredosis de rayas que terminé mi relación con las rayas dulcemente, sin violencia, poco a poco.
Así sucede con todo en mi vida.
Es como si tuviera ya escrita la cantidad de cigarros que me tengo que fumar y en cuanto llego a esa cifra, se acabó, a otra cosa mariposa.
Lo mismo me pasa con las drogas, las relaciones amorosas, los viajes, las obsesiones.
Una vez terminado el cupo que tengo asignado, me quedo limpia y solo me queda la estela del recuerdo.
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