El –No– de Santiago Sierra: un pequeño ejercicio para el análisis del discurso - María Virginia Jaua
Así que -pierdan cuidado- no se trata aquí de abrir fuego indiscriminado contra el “arte político” o las “estéticas de lo pseudo” [...] De lo que se trata es de, enfrentar sin complacencias, complejos o complicidades el análisis de las prácticas simbólicas también allí donde éstas han hecho del "antagonismo", "la resistencia" y/o lo radical su principal coartada discursiva y propagandística [...] "Retóricas de la Resistencia: una introducción" José Luis Brea
Hace una semana hacíamos el acostumbrado envío semanal de nuestra columna Domingo Festín Caníbal con un texto reflexivo de Miguel Á. Hernández Navarro en el que cuestionaba la falta de tiempo que los críticos y los interesados en el análisis de los productos culturales, se dan a sí mismos para hacer su trabajo.
El viernes leímos no sin cierta sorpresa la noticia del Premio Nacional de Arte a Santiago Sierra. Pero eso no quedó ahí. No habían transcurrido sino unas pocas horas cuando circuló una misiva del propio artista en la que rechazaba dicho premio. Curiosamente, tras el anuncio del premio se hizo un silencio expectante (algunos enviaron felicitaciones tímidas, anticipando su desencanto); sin embargo, el comunicado del rechazo de inmediato convirtió la timidez en un hervidero de comentarios y opiniones, tanto a favor como en contra. Han abundado las denostaciones y las descalificaciones hacia unos y otros: hacia la institución artística, hacia el artista, hacia los premios incluso se han levantado voces para vitorear o sacrificar a personalidades del pasado que han recibido o rechazado algo tan, pero tan banal, para un artista, como un reconocimiento. Tampoco han faltado los elogios. Sin embargo, poco tiempo se ha dado para una lectura un poco más pausada de ambos gestos.
Estoy de acuerdo con esa necesidad urgente de darse el tiempo de leer con atención ambos discursos: el de la institución y el de su contraparte la de la “supuesta” resistencia. Leer para desentrañar lo que sus palabras y gestos dicen, pero también y sobre todo lo que callan. Solo así será posible ver en qué aciertan (si lo hacen) y en qué no -o mejor –en qué ambos son indiferenciados, contradictorios y codependientes y nos quieren "vender" una imagen y un discurso "falsificados".
En primer lugar, hay que revisar la decisión del ministerio. Como todo el mundo sabe el Premio Nacional de Arte existe desde hace años y como es costumbre se le da a un artista “nacional” al que se le considera merecedor por la calidad de su trabajo -no importa si éste ha vivido más de la mitad de su vida en otro país y haya sentado ahí las bases de su trabajo artístico. Para muchos hasta hace relativamente poco, Santiago Sierra era considerado un “artista mexicano” pero Sierra es español y como tal se le invitó a representar a España en la Bienal de Venecia, “reconocimiento” bastante oficial y remunerado que en su momento No supo o no quiso rechazar.
La decisión de la institución cultural de otorgar el premio al artista parece que busca paliar varias carencias. Por un lado, intenta llenar un cierto vacío en el arte español actual a nivel internacional y la sombra que –según algunos- le hace el arte latinoamericano en la escena artística. En ese sentido Sierra representaría una figura “extraterritorial” idónea que posee lo mejor de “ambos” mundos: está provisto de un dni y cuenta con la “potencia” discursiva de los conceptualismos emergentes.
Por otra parte, está la naturaleza del trabajo del artista premiado. Esas “retóricas de la resistencia” que se manifiestan en la obra de Santiago Sierra cuadran perfectamente con la voluntad “rebelde” de ciertas políticas gubernamentales; sirven tal y como él mismo apunta en su carta “a la legitimación” de su discurso. La institución-arte a través des Ministerio decide apropiarse estas retóricas, porque están de "moda" sin tomarse la molestia de leer un poco al respecto, como el último número de la revista Estucios Visuales en el que hubieran podido preveer algunos de los escollos a los que terminarían exponiéndose: la incompatibilidad en la relación entre imaginarios “dominantes” y “antisitémicos” y la fragilidad de las máscaras bajo las que éstas se ocultan.
La decisión del Ministerio de Cultura de otorgar el premio a un artista como Santiago Sierra en sí misma no tiene nada de reprochable. Todo lo contrario, hasta puede ser loable, pues atiende a las exigencias de una institución cultural: por un lado, promover y reconocer el trabajo artístico -más aún cuando este es arriesgado y crítico, desmantelador… y por otro, tiene la obligación de ejercer el presupuesto que se le ha asignado y que tantas batallas supone.
Sin embargo, esta actitud “antisistémica” al interior del sistema mismo resulta aberrante y termina pasándole factura. Pues, con el rechazo del premio, por parte de Sierra la institución cae en su propia trampa y queda “expuesta” por el artista como un mal jugador del monopolydel capitalismo “antiehegemónico” obligándole a contemplar cómo el plato del premio se le regresa como un boomerang revolucionario y lo descabeza.
Pero ¿qué decir del desaire del artista?
Si algo ha habido de admirable en el trabajo artístico de Santiago Sierra es la enorme capacidad que tiene para hacer evidentes las fallas del sistema, y una vez más consigue dejar al descubierto sus contradicciones, sus falsas morales, sus hipocresías y todas las tergirversaciones de las reglas del juego que -como sociedad- todos jugamos.
En la obra de Santiago Sierra -incluso en sus piezas más ingenuas- reside una fuerza desmanteladora muy potente; o por lo menos, siempre ha habido en ellas alguna posibilidad de derrumbe de la corrección política siempre en estado latente. Sin embargo, tanto en su obra, como –ahora- en su negativa también subyacen profundas contradicciones.
Leamos con atención el primer párrafo de su carta. Tras agradecer a los profesionales del arte, de los cuales se excluye voluntariamente (detalle notorio el de marcar esta diferencia, un artista cuya bandera democrática debería partir de la igualdad) afirma que los premios se conceden como reconocimiento a un servicio (el arte para él está excluido de esta categoría bien que cuando conviene, se le reclaman "sus servicios"). Es por ello que resulta bastante curioso que su rechazo parta de este distanciamiento y de desmarcarse de una condición que le parece inferior: el artista es un ser superior que se sirve de una condición humana inferior que está eso sí al servicio del Arte: lo afirma fechando su misiva desde un marxismo bastante brumoso.
Más interesante y rico en alusiones resulta el segundo párrafo. En el que afirma que el Arte (en abstracto) se le apareció (cual holly spirit) para concederle la Libertad de Artista. Para Sierra (quien se ha afanado en mostrar -y vender por todas partes- las condiciones de la miseria económica y moral del hombre dentro del capitalismo) el Artista acepta la Libertad como una "gracia" y no se ensucia nunca las manos, la libertad es un “don” divino que lava todas las acciones "artísticas" por las que gana el pan que lo alimenta a él y a su familia. Pero aún va más allá y en su discurso apela a un “sentido común” que le dicta desmarcarse del Estado que pretende “usufructuar” su prestigio de artista "serio".
Pero veamos, ¿quién utiliza a quién? ¿No se trata de una relación simbiótica? Sierra fue el artista “oficial” en la Bienal de Venecia y su “polémica” pieza exigía un dni español (en todo caso un poquito más creíble y radical y menos oficialista habría sido que obstaculizara a los propios nacionales entrar, prohibiéndose la entrada a sí mismo, o mejor que rechazara como lo hace ahora representar a un gobierno tan descarado que saca provechoso del prestigio que le hace ganar (pero que al final es el que paga la cuenta del prestigio que reclama para él solo). Piensa que alguien puede creerle cuando afirma que el Estado no es él sino los otros. Sí los otros, todos los españoles y residentes (legales o ilegales) en España que con dni o sin él pagan los impuestos y que hacen posible que exista un presupuesto para el Arte inmaculado del que viven: los empleados de la cultura, pero también los curadores, los críticos, los funcionarios y los artistas iluminados. La carta no tiene desperdicio y llega al momento cumbre cuando afirma que el Estado actúa en beneficio de una minoría, y en la que por supuesto, omite decir que él forma parte de ella.
Así como la decisión del Ministerio de otorgar el premio, posee razones que se sustentan en un arriesgadísimo sentido común: calidad, nacionalidad del artista, oportunismo político; también, los motivos del artista para rechazarlo tienen su justificación: es verdad que las políticas del Estado son erradas en muchos aspectos y busca con ansia legitimación, es cierto que las decisiones económicas trabajan más en beneficio de algunos y es lógico hacer el análisis y la crítica de dichas políticas. Pero el artista, por más que se empeñe en no quererlo, forma parte de ese Estado y es su instrumento, por lo que su trabajo desmantelador tendrá que ser un poco más riguroso e incluirse a sí mismo dentro del ejercicio analítico.
Porque cuando Santiago Sierra paga un poco de dinero a un trabajador para que se deje tatuar una línea en la espalda revela una condición a la que él mismo no escapa cuando se le paga (un poco más de dinero) para que exponga las fotos o el vídeo de esos mismos “empleados” suyos y que lo convierten a él mismo en patrón y trabajador tatuado por una remuneración. Pues aunque ponga todo su empeño en negarlo –y en hacerse ciego- él tampoco escapa a su borgiana, escalonada e infinita pesadilla de penetrados.
Si en lugar de ponerse por encima de todo, el artista hubiera asumido de manera más humilde una condición a la que nadie –ni él mismo- escapa, la negativa a aceptar el premio sería congruente. Si en lugar de argumentar el rechazo con el autoelogio, esgrimiera la condición humilde de todos aquellos seres anónimos que han trabajado para él y para su “lucrativo” proyecto “desmantelador” de la condición de “esclavitud y servidumbre”, rescataría algo de la dignidad y de la credibilidad que perdió desde que su rotundísima “negativa” “adornara elhall de entrada de la última feria de las vanidades galerísticas.
En este "juego" el único ganador ha sido el premio mismo: un boomerang solitario que ha cortado dos cabezas de tajo, y que tienen más rasgos en común de los que ambas se animan a reconocer. Pues, si la institución ha caído en la propia trampa de su contradicción política, el ego le jugó una mala pasada al artista y nos lo ha mostrado como un ser incapaz de autocrítica y de la puesta en duda de su propio ejercicio artístico; que se cree elevado por encima de todo lo humano –incluso de la materia con la que ha moldeado algunas de sus obras más escatológicas.
Resulta penoso y triste que un artista con tanto talento para llevar a cabo proyectos tan arriesgados no haya sabido encontrar una manera de rechazar el reconocimiento que ayudara a reforzar su trabajo “desmantelador” o que por lo menos no lo dejara como un emperador vestido con las galas de un palidísimo traje de carne ególatra.
A estas alturas, poco importa si la carta fue o no enviada al Ministerio de Cultura, si es o no oficial. Aunque se trate de una estrategia o una broma del artista: supone una puesta en evidencia. Y tanto el premio como su rechazo resultan una materia invaluable para el análisis y la crítica de las grietas por las que se precipitan tanto las formaciones discursivas del arte como sus políticas, y en donde todos -quiérase o no- jugamos un papel.
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