Desde pequeña me educaron en la simetría.
Todo lo que aprendí en los colegios de monjas y en las casa de familiares y amigos, estaba basado en la simetría.
Gracias al
Señor Badosa, director de la escuela de BBAA cuando yo estudiaba, me abrió los ojos y me hizo comprender el 3, la nota discordante, lo que equilibra la dificultad...
Me costó sacar de mi cabeza la idea basada en el altar católico, el sagrario en el medio y dos floreros a los lados y así en todo.
Pero cuando lo comprendí y lo puse en práctica empecé a concebir una estética que me satisfacía y me removía las venas de mi cuerpo.
Desde entonces he ido abriendo mi mente cada día y comprendo que a pesar de no haber recibido una educación oriental, las fibras de mi ser se sienten atraídas hacia esa estética.
Veo mucho cine coreano, chino y japonés y me deleito en cada plano, sonido, color, el agua, la apreciación de lo cotidiano, la armonía de los gestos.... Y sobretodo la asimetría llevada a extremos que rozan la perfección.
¿Qué te da el arte? - Cristian Palazzi
Decir
qué no es lo mismo que decir
cuánto ni
cómo. Cuánto tiempo vamos a estar escribiendo este artículo se refiere a la dedicación que vamos a otorgarle. Cómo vamos a hacerlo podría tener que ver con el estilo, las formas o los giros utilizados para expresarnos. Tampoco es lo mismo decir qué, que decir quién. Cuando decimos quién nos referimos claramente a una persona, mientras que cuando decimos qué apuntamos más bien a algo, a cierta unidad reconocible para nosotros que puede ser una cosa, una acción, un estado, un concepto. La queidad en sí no es algo fácil de definir.
Cabe distinguir entre el qué y el porqué. La pregunta por el porqué exige una explicación, es una pregunta por la fundamentación de la cosa, en cambio la pregunta por el qué nos remite a algo que se mueve en el campo de la manifestación, sobre el que no es necesario conocer los primeros principios, sino únicamente ser capaces de reconocerlo, ni que sea vagamente, con algunos de los muchos mecanismos que poseemos para captar las cosas: la razón, los sentidos, la emoción, el sentimiento.
El pronombre en cambio sí se refiere a un quien. Y, además, añade un pequeño matiz. Preguntar ¿qué te da el arte? no es lo mismo que preguntar ¿qué da el arte? El te se te refiere a mí, no a alguien en general, sino a un yo concreto. Uno que soy yo y no otro. Un yo que, hoy en día, no puede servir de ejemplo para los demás yoes.
El don, por su parte, nos abre a una nueva dimensión. Nos obliga a salir de nosotros mismos. El don rompe el aislamiento, escapa a la soledad, se implica, pertenece. Como nos enseña Derrida, el mero hecho de dar trasciende el concepto de donación. Dar lo que uno es o dar lo que uno tiene, responden ambos a una lógica sin conclusión posible. Dar implica ser recibido y siendo dado el que se da no solo ofrece algo, sino que se expone a su vez a la transformación que la recepción le exige.
¿Qué da algo? lo primero que debemos contestar: se da a sí mismo. El hombre cuando se da, da humanidad. Cuando un bosque da madera, la da porque la madera forma parte de lo que es el bosque. Si nos preguntamos entonces qué nos da el arte, la primera de las respuestas que nos viene a la cabeza es que el arte da arte. Ahora bien, la pregunta por el qué, como hemos visto, nos exige definir aquello de lo que estamos hablando, hemos de poder concretar.
El arte me da lo suyo cuando percibo aquello que me da de manera que produce un cambio en mí y en el propio arte. Toda experiencia nueva nos trasforma. Cuando el arte nos ofrece su experiencia nuestra comprensión actúa y se modifica. De la misma manera que lo dado se transforma en su donación, la recepción de lo dado también implica un cambio en el receptor.
A lo que deberíamos añadir, el arte no solo da, antes que eso es un ser dado. No existe un arte natural, espontáneo, todo arte pasa por el filtro de una mano, de un ojo, de una mente. Ser dado es probablemente el carácter más íntimo del arte. Hasta nos atreveríamos a decir que constituye el qué del arte. Pero la pregunta que se nos formula aquí no es exactamente por el qué del arte, sino por lo que me da el arte.
¿Y qué es lo que me da el arte? El arte me da una experiencia, sea ésta racional, irracional, emotiva o sensible. El arte me da una oportunidad. La oportunidad de acceder a una cadena de donación a la que accedo convirtiéndome en donante de mí mismo. ¿Y a qué responde esta infinita capacidad del arte para convertirnos en donantes? ¿Acaso responde a su condición de ser dado? Existe una conexión entre el dar y el ser dado que el arte nos muestra. Una conexión que no podemos definir, porque se nos escapa. La prueba es que en la experiencia del arte, la cadena de donación, comprendida o no, sigue dándonos algo. Aunque este hecho nos parezca incomprensible.
El arte me da siendo dado lo que da de sí. Es todo lo que nos atrevemos a afirmar. A partir de aquí todo se vuelve confuso.